Este curioso instrumento se inventó a principios de siglo XIX en un taller vienés y se popularizó rápidamente gracias a su riqueza armónica, su potencia y el favor que obtuvo entre los músicos autodidactas.
El
acordeón es un curioso instrumento musical que llama la atención
por su aspecto: dos
manuales (de teclas, llaves o botones) dispuestos
verticalmente en sendas cajas herméticas que
se unen y separan por un fuelle que se expande y se contrae
a voluntad del tañedor. El
sonido se produce al pasar el aire que genera el fuelle
por unos conductos provistos de una lengüeta metálica que se
liberan o clausuran con las teclas. Desde el punto de vista técnico,
el acordeón es un aerófono de lengüeta libre. A su familia
pertenecen instrumentos que curiosamente se inventaron con muy pocos
años de diferencia, como la armónica
(1821), la concertina
(1829), el bandoneón
(1840) e incluso el armonio
(1842).
El
acordeón se inventó también a inicios del siglo XIX,
aunque existen lejanos antecedentes compartidos por diferentes
culturas; el propio
Leonardo da
Vinci creó
un ingenio, el órgano de papel, que recuerda al
acordeón. Suele atribuirse a Demian Cyrill, un armenio afincado en
Viena, y a sus hijos, fabricantes de órganos y pianos, el invento
de lo que llamó
accordion,
en 1829. Se trataba de un pequeño
instrumento de apenas 22 centímetros de ancho por 9
de alto y 6 de grosor, con
cinco teclas para la mano derecha capaces de producir cada una un
acorde, lo que le valió el nombre. Este acordeón
diatónico (la nota que emite cada tecla es distinta según entre o
salga el aire) tenía un fuelle con tres pliegues de cuero. Este
prototipo se parece poco al acordeón actual, que es deudor de un
ingenio inventado en 1780 por Kirsnik y Kratzenstein.
El piano del pobre
Tres
son las características que hicieron triunfar al acordeón,
instrumento que se
extendió prácticamente por todo el mundo.
En primer lugar, su naturaleza polifónica, armónica (reflejada en
el propio nombre del instrumento), que permitía un rico
relleno para acompañar una melodía.
Después, su potencia
sonora,
que lo hacía apto para sonar en espacios abiertos, y, por último,
la posibilidad de que el
tañedor se acompañase a sí mismo cantando,
circunstancia óptima en la música popular. Por todo ello, se
popularizó de inmediato en la primera mitad del siglo XIX en toda
Europa
como instrumento acompañante.
El
acordeón logró particular arraigo en el este del continente. En
Rusia,
por ejemplo, llenó
cafés, cabarets o circos.
En su popularización influyeron los gitanos balcánicos, con los
que hoy se sigue identificando este instrumento. De hecho, se
consideró al acordeón como «el piano del pobre»,
lo que recuerda otros instrumentos callejeros tañidos por ciegos,
como la zanfoña. En España, en 1841, Juan
Moreno
construyó en Madrid el primer
acordeón, con un ámbito melódico de dos escalas y media,
y hacia 1850 el acordeón llegó a América. En la segunda mitad
del siglo se vendió como instrumento
de fácil aprendizaje autodidacta,
aspecto en que insistían todos los tratados pedagógicos. En
efecto, gracias al cifrado, se
podía aprender a tocarlo aun sin saber solfeo.
Algo
poco conocido es la
popularidad que el acordeón tuvo entre las mujeres.
A Louise Reisner se debe la
primera obra publicada para el instrumento, Thème
varié très brillant, estrenada en París en 1836; también
algunos tratados didácticos incluyeron a una acordeonista en su
frontispicio, a modo de reclamo.
El
actual instrumento, llamado acordeón
convertor,
posee gran capacidad armónica, y se sigue perfeccionando desde su
creación. Más despacio va la
inclusión del acordeón como instrumento de música clásica,
aunque cada vez son más los compositores que escriben repertorio
para él.
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