Los
Pulitzer (los
premios
de
periodismo por excelencia)
hoy
cumplen 101 años
de existencia; todos los años, desde 1917, se entregan puntualmente
en esta
fecha.
En
el imaginario popular el nombre evoca dignidad del oficio, literatura
de la buena, rigor sin tacha y compromiso con la sociedad. Y sin
embargo, Pulitzer fue un avispado buscavidas, un trabajador
incansable, un intelectual cultivado, un empresario con un olfato
extraordinario para los negocios... pero nunca habría ganado un
'pulitzer'.
Su
carrera periodística empezó por casualidad.
Magnate
de la prensa estadounidense. Emigró en 1864 a Estados Unidos,
entonces en plena guerra civil, para enrolarse en el ejército
unionista. Al terminar el conflicto se estableció en Saint Louis,
donde encontró trabajo como periodista en un diario en alemán, el
Westliche Post. En 1878 adquirió el St. Louis Dispatch,
el cual, tras refundirse con otra publicación, adoptó el nombre
definitivo de St. Louis Post-Dispatch y se convirtió en el
de mayor tirada de la ciudad.
Sus
ambiciones expansionistas lo condujeron a introducirse en la escena
periodística de Nueva York, lo que consiguió mediante la compra del
diario matutino The
World,
al que posteriormente dotaría de una edición vespertina con la
cabecera The
Evening World.
Como director de ambos periódicos, introdujo numerosas innovaciones,
como las tiras cómicas, la cobertura permanente de acontecimientos
deportivos o suplementos especiales de ocio y moda.
Los
contenidos de The World oscilaban entre el más grosero
sensacionalismo y el periodismo de investigación, centrado sobre
todo en la denuncia de la corrupción política, aunque siempre al
servicio de las propias simpatías de Joseph Pulitzer, claramente
alineadas con el Partido Demócrata. La feroz competencia entre The
World y el Journal de William Randolph Hearst alcanzó
su máxima cota en 1898, cuando la descarada campaña de ambos
diarios a favor de la guerra contra España originó la acuñación
del término «prensa amarilla».
Desde
1890, Joseph Pulitzer había delegado la dirección editorial de sus
publicaciones por problemas de salud, aunque continuó supervisando
muy estrechamente sus contenidos. En su testamento cedió buena parte
de su fortuna a la creación de la Escuela de Periodismo de Columbia
y al establecimiento de los galardones anuales a las diferentes
labores periodísticas que llevan su nombre, los más prestigiosos
entre los que se conceden en el ámbito estadounidense.
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