De
su naturaleza aérea provienen, probablemente, sus dotes musicales y
su atrayente melodía.
Las
reinas del océano son sin duda las sirenas. Pocos mitos han
cautivado tanto desde la noche de los tiempos. Ya
en el siglo VIII a.C. circulaban relatos de seres cuyo hipnótico
canto atraía a los marineros.
En
las antípodas de las edulcoradas sirenas de cuento, los griegos las
imaginaban como repulsivas mujeres-pájaro que no tenían reparo en
lanzarse en picado contra los marineros. Como prueban algunas
cerámicas, exhibían busto de mujer con generosos pechos y enormes
garras. De
su naturaleza aérea provienen, probablemente, sus dotes musicales y
su atrayente melodía.
A
pesar de su aspecto, no
hay que confundirlas con las arpías, también griegas y también
aves.
Las arpías están vinculadas al aire, son de inequívoca naturaleza
maléfica y personifican la fuerza de los elementos. Entre chillido y
chillido espantoso, devoran cuanto encuentran a su paso.
Aún
así, las sirenas no
son tan pacíficas como suele creerse y pueden actuar como peligrosas
hadas de la fatalidad.
Encarnan la tentación, en tanto que criaturas perversas que usan su
mejor arma, el canto libidinoso, para reducir a los hombres. Las
versiones más malintencionadas las describen como antropófogas,
mantis religiosas que, tras hechizar a su víctima, terminan por
engullirla.
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