Escritor
español de la llamada Generación del 98.
Su
orgullo se cifró siempre en su ascendencia vasca.
Los
libros y los viajes fueron sus grandes aficiones y llegó a ser uno
de los escritores que mejor conoció la España de su tiempo.
Entre
sus obras destacan Zalacaín
el Aventurero,
Las inquietudes de
Shanti Andía,
y la trilogía que apareció bajo el subtítulo "La lucha por la
vida", formada por La
busca,
Mala hierba
y Aurora roja.
En
sus novelas, el autor se sitúa de lleno en la escuela realista;
sigue en ellas las huellas de los grandes maestros europeos, que
brillaban aún más en su tiempo, de Balzac, Stendhal, de Tolstoi y
Dickens, que fueron sus autores predilectos, y los pocos que admiró
sin reservas al lado de Dostoievski; se notan también en él
influencias de los folletinistas franceses, cuya lectura le apasionó
en su juventud, con las de la picaresca española, Quevedo, Mateo
Alemán y El Lazarillo, no menos evidentes.
En
las ideas dominaba al principio Nietzsche, pero poco a poco este
entusiasmo fue cediendo, quedando en un escepticismo, muy cerca de
Montaigne y, sobre todo, de Voltaire, al que leyó y admiró, pero
que era también muy suyo. El fondo de sus libros es, por esto,
pesimista; no obstante, en la forma, en sus descripciones de
paisajes, de escenas, se muestra como un enamorado de la vida, un
entusiasta, con una nota continua de alegría y, podríamos decir, da
optimismo, que contrasta con el fondo amargo y sombrío de toda su
obra.
Descuella
Baroja en la evocación de ambientes, en las descripciones de pueblos
y paisajes, y sobré todo, en la pintura de tipos; a veces tiene en
sus descripciones algo de pintor, y nos recuerda en algunas ocasiones
a Goya, especialmente en sus novelas de la guerra civil. No estuvo
adherido a ninguna escuela, ni formó parte, en cuanto a influencias,
de ningún grupo; fue, en este aspecto, el más rebelde de los
escritores y el más independiente en todos los sentidos.
El
mundo predilecto de sus creaciones fue el de las gentes humildes, los
desventurados; pero al lado de ellos, sintió una viva predilección
por toda suerte de seres fantásticos, locos, de gente rara y
absurda; a todos se acercó con su ironía, con sus sarcasmos a
veces, con su humor amargo, pero también con una gran piedad, con un
deseo de redención y de justicia, que le emparenta con los grandes
novelistas de Europa, sobre todo con Dickens, que fue al que más
admiró.
Baroja
ha sido, sobre todo por sus ideas y por su manera de exponerlas, el
literato más discutido, el más atacado de los escritores de su
tiempo. Tal vez por el desorden habitual en sus novelas, y más aún
por el tono ofensivo que adoptó para tantas cosas, por su sinceridad
brutal, no alcanzó nunca la fama que merecía, la fama que
alcanzaron muchos otros con menos méritos que él. El tiempo, en su
labor justiciera, le ha ido situando en su lugar y hoy está
considerado, dentro y fuera de su patria, como el primer novelista de
la España de su tiempo, al lado de Galdós, y para algunos por
encima de éste.
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