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LA VERDADERA HISTORIA DE "LA BELLA Y LA BESTIA"


Un tinerfeño con una enfermedad congénita inspiró la famosa obra del siglo XVIII que años más tarde llevaría Disney a la gran pantalla.

El canario Pedro González, conocido como el «salvaje gentilhombre», vivió en la corte francesa al amparo del rey Enrique II y su esposa Catalina de Médicis. A pesar de que muchos lo consideraban un monstruo por tener el cuerpo totalmente cubierto de pelo, llegó a ser una persona ilustrada, a casarse y tener varios hijos. Hoy sabemos que padecía un extraño síndrome llamado hipertricosis lanuginosa congénita.
Pedro González nació en la isla de Tenerife a mediados del siglo XVI, una época en la que aún imperaban muchas supersticiones del Medievo y las posibilidades de ser aceptado –e incluso de sobrevivir– para alguien con semejante apariencia de hombre lobo eran escasas. Sus primeros años están envueltos en un halo de misterio, pero se cree que sus padres fueron jefes guanches, los antiguos habitantes de la isla, y que lo abandonaron al nacer debido a su aspecto físico. Unos monjes lo acogieron en su monasterio, donde pasó la infancia bajo su tutela. Sin embargo, a los diez años su destino cambió de nuevo cuando al parecer unos corsarios lo llevaron como presente al recién coronado rey de Francia.
En aquel período de grandes descubrimientos, cualquier cosa con tintes exóticos era un regalo apreciado por parte de la realeza europea, que, con sed de coleccionismo y opulencia, se jactaba de acoger en sus cortes séquitos de enanos, aborígenes, locos, deformes y otros individuos considerados aberraciones de la naturaleza para que les sirvieran, entretuvieran o simplemente les hicieran compañía; eran criados y bufones, pero a veces también consejeros e incluso amigos personales.

La infancia de Pedro González

Desde el primer momento Enrique II se encaprichó de aquel niño velludo, una rareza entre rarezas, que se correspondía con el mito del hombre salvaje por provenir de unas islas remotas y, sobre todo, por tener la cara y el cuerpo «cubiertos por una fina capa de pelo, de unos cinco dedos de longitud y de color rubio oscuro», tal como lo describió un diplomático tras su llegada a París. El rey no quiso mostrarlo ante la nobleza como una mera curiosidad y lo convirtió en uno de los suyos, liberándolo de su lado «salvaje». Primero le cambió el nombre en castellano por su versión latinizada, Petrus Gonsalvus, más acorde con su nuevo estatus. Y a continuación fue educado en latín, la lengua reservada a la aristocracia, e instruido en las artes liberales, que abarcaban desde gramática, retórica y dialéctica hasta geometría, aritmética, música y astronomía.

«Le enseñaron modales cortesanos y las costumbres palaciegas más refinadas, y lo ataviaron con las mejores vestimentas», dice Enrique Carrasco, profesor de Comunicación en la Universidad Europea de Canarias y autor del libro Gonsalvus, mi vida entre lobos. Su destacada inteligencia le permitió superar con creces las expectativas del monarca, quien le encomendó el puesto de sommelier de panneterie bouche, «algo así como ayudante del panadero real: básicamente se encargaba de poner la mesa, un trabajo que ejercía solo durante tres meses y le valía un sueldo suficiente para todo un año», añade Carrasco. También le otorgó el tratamiento de don, supuestamente por su distinguido linaje guanche.
Enrique II murió el 10 de julio de 1559 tras ser herido de gravedad en una justa, con lo que el joven Petrus quedó a cargo de su viuda, Catalina de Médicis, quien posteriormente heredó el trono y pasó a la historia por su implacable mandato. Varias fuentes sugieren que fue ella misma quien le buscó una esposa para que criaran «hombres salvajes». En estas se menciona que ninguna de las candidatas conocía la identidad del futuro marido ni la noble finalidad de la sagrada unión. La elegida fue una dama de compañía de la reina, una de las más bellas para que despertara la libido de la «bestia», y de carácter fuerte, para que soportara la conmoción del primer encuentro y la resistiera durante el resto de su vida. Su nombre, al igual que el de la regente, era Catalina, pero su apellido sigue siendo una incógnita.

Una boda y 7 hijos

En 1573 se celebraron las nupcias entre Catalina y Petrus, un matrimonio acordado del que nacieron siete hijos, de los cuales al menos cinco heredaron la semblanza del padre. Años más tarde los Gonsalvus iniciaron un periplo por Europa, despertando asombro allí por donde pasaban. Hacia 1580 viajaron a Munich, donde fueron acogidos por el duque Alberto V de Baviera, quien encargó varios retratos de la familia que luego fueron entregados como un obsequio para la colección del gabinete de curiosidades que su tío el archiduque Fernando II de Austria tenía en el castillo de Ambras.
Todavía hoy se exhiben en este palacio de Innsbruck algunos de aquellos cuadros. En ellos se puede observar a Petrus, a su hija Madeleine (Maddalena) y a su hijo Henri (Enrique o Enrico) con atuendos de gala, pero con un fondo que recrea una caverna natural, en alusión, según algunos autores, a su procedencia canaria, donde era costumbre que los guanches vivieran y enterraran a sus muertos en cuevas volcánicas naturales. Otros nobles encomendaron copias de estos lienzos, así como nuevos retratos, lo que extendió su popularidad por el Sacro Imperio Romano Germánico. La fascinación era tal que el mismísimo emperador Rodolfo II de Habsburgo solicitó un mechón de pelo de Petrus para guardarlo en un lugar privilegiado en su preciado gabinete de exotismos.
«Pese a ser unas celebridades y vivir como aristócratas, los Gonsalvus siempre fueron propiedad de alguien, nunca fueron libres», puntualiza Carrasco. Años después se trasladaron a Italia bajo la protección financiera del duque de Parma, Ranuccio Farnesio. Así lo atestigua un retrato de la hija pequeña del matrimonio, Antonietta (Tognina), en el que sostiene una carta con la siguiente inscripción: «De las islas Canarias fue llevado al señor Enrique II de Francia, don Pietro, el salvaje. De allí pasó a asentarse en la corte del duque de Parma, a quien yo, Antonietta, pertenecía. Y ahora estoy con la señora doña Isabella Pallavicina, marquesa de Soragna».
El tratamiento peyorativo que la familia Gonsalvus recibió se extendió también a la esfera científica. De hecho, fueron clasificados poco menos que de bestias en libros como Monstrorum Historia, un catálogo de anomalías humanas y animales escrito por el conde Ulisse Aldrovandi, un prestigioso médico y naturalista boloñés, o en el tomo I de Animalia Rationalia et Insecta (Ignis), en el que el artista flamenco Joris Hoefnagel incluye a la familia hirsuta clasificándolos de «animales racionales», pero mostrándolos en un mismo volumen junto a insectos y otros animales. El mero hecho de ser peludos los condenó a un trato infrahumano.
Muchos libros, cuadros e ilustraciones que plasman la sintomatología de la familia Gonsalvus han sido recopilados en la literatura científica, aportando una valiosa información descriptiva acerca de su anómala enfermedad y de su patrón hereditario. Las primeras observaciones médicas de su caso provienen de Felix Plater, médico suizo que escribió que Petrus «tenía sobre las cejas y la frente unos pelos tan largos que debía peinárselos hacia atrás a fin de que no le molestaran la visión». Sin embargo, también le sacó hierro al asunto al anotar que «después de todo, partiendo de que todos tenemos pelos en cada poro del cuerpo, no es de extrañar que en algunas personas, como en muchos animales, su cabello sea más largo y crezca continuamente, como las uñas».
La ciencia ha desvelado que padecían un raro trastorno llamado hipertricosis congénita generalizada, concretamente del tipo lanuginosa, que se hereda de forma autosómica dominante y se caracteriza por la presencia de lanugo (un pelo fino que aparece en el período embrionario y desaparece al nacer) por todo el cuerpo. Este tipo de hipertricosis afecta a menos de uno de cada mil millones de nacimientos, y el primer caso documentado en la historia es el de los Gonsalvus. Por eso, también se la conoce como síndrome de Ambras, en referencia a los retratos del castillo homónimo. Asimismo, las distintas clases de hipertricosis congénita generalizada son nombradas a menudo como síndrome del hombre lobo.

Mutación genética

Algunos científicos especulan con que se trate de una mutación atávica, el resurgimiento de un rasgo genético que permanece inactivo porque en algún momento de nuestra evolución fue prescindible. «Estas mutaciones nos revelan cuantiosa información que ha sido guardada a lo largo del tiempo», recalca Brian K. Hall, un reconocido biólogo de origen australiano experto en desarrollo evolutivo. Es posible que la hipertricosis congénita generalizada entrañe la razón por la que nuestros antepasados eran peludos de arriba abajo.
A principios del siglo XVII Petrus y su esposa Catalina se mudaron a la localidad de Capodimonte, donde fallecieron tras más de 40 años casados. Se cree que Catalina murió en 1623 y Petrus, en 1618, aunque su muerte no figura en los registros; curiosamente solo se anotaba la defunción de las personas que eran enterradas de acuerdo con los ritos religiosos, por lo que algunos historiadores sospechan que hasta sus últimos días fue tratado como un ser no humano.
Quizá la hermosa Catalina supo ver más allá del físico de Petrus, ponerse en su piel, descubrir su interior y enamorarse de él, una bonita historia de amor que pudo haber inspirado a la escritora francesa Gabrielle-Suzanne Barbot de Villeneuve para escribir, ya en el siglo XVIII, la primera versión del clásico relato que hoy conocemos como «La bella y la bestia». 

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