
El
origen de esta frase irónica, que se emplea cuando alguien formula
una promesa exagerada o vana, se remonta al año 1426, en tiempos de
Juan II de Castilla.
Según
narra la leyenda, Abdalá,
el alcaide de la ciudad malagueña de Ronda, y su sobrino Hamet,
entre otros de su séquito, fueron apresados por
un grupo de caballeros cristianos de Jerez. A pesar de que Abdalá
pagó la fuerte suma de dinero exigida...