La
famosa y cruenta batalla de San Quintín entre España y Francia se
libró el 10 de agosto de 1557 en la localidad francesa así llamada.
Todavía
hoy, cuando queremos dar a entender que se ha producido un grave o
estruendoso enfrentamiento, usamos la expresión "¡Se armó la de San Quintín!".
Eso nos da la medida de la resonancia histórica que tuvo la
ferocidad de la
batalla conocida con tal nombre, acaecida hace 459 años en el marco
de las Guerras Italianas entre
el Imperio español y el reino de Francia y que se saldó con una
victoria decisiva para la España de Felipe II.
Éste ordenó a los Tercios de Flandes y Nápoles invadir el
territorio galo en respuesta a la conquista del reino de Nápoles en
1556 por la tropas del duque de Guisa, enviadas por Enrique II de
Francia.
Tras
diversos combates tanto en tierras de Italia como en la frontera
entre Francia y Flandes, los españoles sitiaron la ciudad de San
Quintín, a orillas del río Somme,
pequeña pero de gran importancia estratégica. El
asedio comenzó el 2 de agosto de 1557, pero el choque definitivo
llegó el día 10, fiesta de San Lorenzo. Las
tropas comandadas por el condestable Montmorency trataron de romper
el cerco español e introducirse en la ciudad, pero fueron repelidas
por los arcabuceros y la caballería ligera flamenca, que causaron
una
enorme matanza en las filas francesas: se calculan sus bajas mortales
en 12.000, frente a apenas 300 españoles.
Al
conocer la gran victoria, Felipe II decidió celebrarla ordenando la
construcción del Real Monasterio de San Lorenzo de El Escorial,
en homenaje al santo del día de la batalla. Pero la ciudad escenario
del cruento choque, a pesar de lo sucedido, seguía en manos
francesas, y el monarca hispano ordenó no atacar París hasta que no
cayera del todo San Quintín. Los
sitiados resistieron hasta el 27 de agosto:
ese día, una columna española, otra flamenca y una tercera inglesa
asaltaron las brechas abiertas en la muralla por el cañoneo,
penetraron en la villa y pasaron a cuchillo a lo que quedaba de la
guarnición. Lo dicho: ¡la de San Quintín!
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