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JOSEPH PULITZER (1847 – 1911), EL GENIO AMARILLO


Los Pulitzer (los premios de periodismo por excelencia) hoy cumplen 101 años de existencia; todos los años, desde 1917, se entregan puntualmente en esta fecha.
En el imaginario popular el nombre evoca dignidad del oficio, literatura de la buena, rigor sin tacha y compromiso con la sociedad. Y sin embargo, Pulitzer fue un avispado buscavidas, un trabajador incansable, un intelectual cultivado, un empresario con un olfato extraordinario para los negocios... pero nunca habría ganado un 'pulitzer'.
Su carrera periodística empezó por casualidad.
Magnate de la prensa estadounidense. Emigró en 1864 a Estados Unidos, entonces en plena guerra civil, para enrolarse en el ejército unionista. Al terminar el conflicto se estableció en Saint Louis, donde encontró trabajo como periodista en un diario en alemán, el Westliche Post. En 1878 adquirió el St. Louis Dispatch, el cual, tras refundirse con otra publicación, adoptó el nombre definitivo de St. Louis Post-Dispatch y se convirtió en el de mayor tirada de la ciudad.
Sus ambiciones expansionistas lo condujeron a introducirse en la escena periodística de Nueva York, lo que consiguió mediante la compra del diario matutino The World, al que posteriormente dotaría de una edición vespertina con la cabecera The Evening World. Como director de ambos periódicos, introdujo numerosas innovaciones, como las tiras cómicas, la cobertura permanente de acontecimientos deportivos o suplementos especiales de ocio y moda.
Los contenidos de The World oscilaban entre el más grosero sensacionalismo y el periodismo de investigación, centrado sobre todo en la denuncia de la corrupción política, aunque siempre al servicio de las propias simpatías de Joseph Pulitzer, claramente alineadas con el Partido Demócrata. La feroz competencia entre The World y el Journal de William Randolph Hearst alcanzó su máxima cota en 1898, cuando la descarada campaña de ambos diarios a favor de la guerra contra España originó la acuñación del término «prensa amarilla».
Desde 1890, Joseph Pulitzer había delegado la dirección editorial de sus publicaciones por problemas de salud, aunque continuó supervisando muy estrechamente sus contenidos. En su testamento cedió buena parte de su fortuna a la creación de la Escuela de Periodismo de Columbia y al establecimiento de los galardones anuales a las diferentes labores periodísticas que llevan su nombre, los más prestigiosos entre los que se conceden en el ámbito estadounidense.

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