Al
menos para nosotros. Si nos encierran en una habitación
absolutamente cerrada, sin el menor resquicio para que se cuele un
mísero fotón, es de suponer que lo veamos todo negro, pero mucho
más que el carbón. Pero no es así.
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Esto
es debido a un peculiar proceso que sucede en las células
fotosensibles de nuestra retina,
los conos y bastones. A
lo largo del día se producen eventos aleatorios que son
indistinguibles de los que provocan los fotones de luz cuando llegan
la retina.
En
los bastones de los seres humanos estos "destellos"
aleatorios se producen una vez cada 100 segundos, lo que proporciona
un "ruido visual" de fondo apreciable en condiciones de
oscuridad absoluta. Es más, en
experimentos con sapos se ha encontrado que estos eventos dependen de
la temperatura,
lo que hace sospechar a los científicos que la molécula que se
encuentra detrás de este fenómeno es la rodopsina,
una proteína fotosensible compuesta de dos partes, la opsina y la
vitamina A. La rodopsina, que se encuentra en los bastones -las
células que nos permiten la visión nocturna-, es muy inestable y
espontáneamente puede perder su integridad y hacer que el ojo mande
señales al cerebro de que ha llegado un fotón de luz cuando, en
realidad, eso no ha sucedido.
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