La
adolescencia puede ser un periodo conflictivo porque los hijos buscan
su propio camino vital y ven los defectos de sus padres por primera
vez, pero la relación se puede rediseñar.
La
adolescencia produce, en muchos adultos, reacciones exageradas de
rechazo.
Toda una serie de mitos pintan esta etapa de la vida como una época
de caos y rebeldía por parte de los hijos, como un periodo imposible
en el que las peleas y la tensión en el hogar están a la orden del
día. Si bien es cierto que este es un lapso en el que en
muchas familias se producen grandes conflictos,
también lo es el hecho de que en
otras muchas, la adolescencia no resulta especialmente problemática.
¿De
dónde vienen los problemas en la adolescencia?
La
adolescencia, por sí misma, no tiene por qué ser conflictiva, son
los
propios males familiares los
que, con el paso del tiempo, se
agravan y se enquistan aún
más profundamente en todos sus miembros. En este ambiente viciado,
acaban
por producirse grandes choques entre un(a) adolescente que reivindica
el poder sobre su propia vida (decidir,
gestionar, actuar) y
un adulto que rechaza dejar de controlar a su hijo,
como ha estado haciendo hasta entonces.
La
adolescencia resulta dificultosa en familias en las que la infancia
de los niños transcurrió cargada de carencias, desigualdades y
tensiones.
No
existe un adolescente problemático, sino familias con problemas
La
adolescencia supone un periodo en nuestra vida de grandes
cambios. Maduramos,
dejamos atrás la infancia, físicamente
somos diferentes, las hormonas nos transforman y
también, nos sentimos mayores. Por otra parte, en los años de
adolescencia, comenzamos
a aprehender las herramientas necesarias para poder, llegado el
momento, gestionar al completo nuestra vida y
abandonar el domicilio familiar.
Buscan
un camino vital diferente
Justo
en la adolescencia, los
niños comienzan a fijar sus miradas en otros modelos familiares,
en otras culturas que pueden parecerles más adecuadas que las suyas.
También, los jóvenes desarrollan
una visión crítica de la vida,
imprescindible para lograr superarse a sí mismos y a sus padres.
Esta nueva percepción les ayuda a evolucionar, a progresar y a
encontrar un camino vital diferente al de sus progenitores.
En
esta búsqueda de la individualidad, en esta separación de la
cultura familiar para crear una propia, los amigos pasan a ser piezas
clave fundamentales.
La
imprescindible función del grupo de amigos
Durante
millones de años, el ser humano evolucionó formando y sintiéndose
parte de un grupo que le nutría, apoyaba y cuidaba. Esta necesidad
de protección seguimos precisándola hoy en día; sin embargo,
muchos
niños crecen sintiéndose solos y perdidos en sus familias (que
hoy en día suplen la función de grupo) y en su entorno.
Estos
pequeños que en sus propios hogares carecen de la sensación de
pertenecer a una comunidad, llegada
la adolescencia, buscarán este anhelado grupo (tan
necesario para el equilibrio y la autoestima) que nunca han tenido. A
veces, a cualquier precio.
En
los amigos, todos
los adolescentes, sin excepción, buscan compañía, sosiego,
comprensión; en
ocasiones, cuando arrastran muchas carencias, calor humano para
borrar esa perenne sensación de desasosiego, para colmar el vacío
existencial que sienten desde su más tierna infancia y que ahora se
incrementa de forma exponencial.
Precisamente
estos jóvenes que nunca se sintieron apoyados, respaldados,
respetados en su familia y, aún menos, en la adolescencia, son los
que desarrollan hacia sus progenitores (a veces también hacia sus
hermanos) sentimientos de rechazo e, incluso, de vergüenza.
Por
cierto, no
pensemos que estas tensiones aparecen solamente en familias muy
claramente desestructuradas, también
se manifiestan en núcleos
familiares muy autoritarios en
los que los niños vivieron atrapados en una atmósfera de represión
y prohibiciones o bien en familias
extremadamente permisivas en
las que los pequeños se sentían desprotegidos e inseguros.
Ven
los defectos de sus padres por primera vez
Una
de las mayores transformaciones entre la infancia y la adolescencia
la hallamos en el cambio que se opera en la cualidad de la
vulnerabilidad. No
solo el adolescente comprende por vez primera su vulnerabilidad, sino
que también toma consciencia de la de sus dos progenitores. La
inocencia de la infancia se diluye y los hijos dejan de ver a sus
padres como unos seres excepcionales y maravillosos y pasan a ser
conscientes de los defectos de sus mayores.
Esto
sucede, sobre todo, en aquellas familias en las que los niños
crecieron en un atmósfera autoritaria o laxa, en la que los padres
proyectaron una falsa imagen de ellos mismos. El adolescente,
necesitado de progreso y alentado por sus nuevas percepciones, se
opone al autoritarismo o a la dejadez de sus padres y se aleja de
ellos. Ya
no les siente como seres infalibles, sino que los ve como personas
cargadas de miserias y siente vergüenza de ellos.
5
ayudas para convivir pacíficamente
Resetear
nuestros errores
Como
padres, todos cometemos fallos, sin embargo, siempre tenemos la
posibilidad de arreglar los errores del pasado. Introduce
cambios en la relación con tus hijos. Basa tu vínculo en el amor
incondicional y el respeto mutuo. No
utilices medios de educación coercitivos; castigos, premios, gritos,
chantajes... son humillantes y contraproducentes.
Convivencia
pacífica
Recuerda
que tu hijo ya no es un niño, resulta
fundamental consensuar límites,
normas respetuosas para la seguridad y para la convivencia. Escribid
entre todos unas
normas con las que os sintáis cómodos, respetados y protegidos.
Confía
en ellos
Aconseja
si te pregunta, pero no impongas. Confía
en su criterio, cuéntale tu parecer pero sin transmitirle tus
propios miedos o dudas y sin intención de adoctrinar o manipular. Tu
hijo está aprendiendo a comportarse como un adulto, si no le dejas
probar, no podrá madurar adecuadamente.
Para adquirir las competencias de la adultez, tiene que experimentar
por él mismo.
Escucha
y habla
Si
no comenzaste a hacerlo en su infancia, aún
estás a tiempo.
Escucha lo que tenga que decirte, crea un clima de confianza libre de
juicios entre vosotros. Habla
sobre tu vulnerabilidad, tus propios miedos, los suyos, sobre los
temas que le interesan, sobre sexo, educación, etc. Ofrécele
aquellas herramientas imprescindibles para convertirse en un adulto
asertivo y equilibrado.
Déjales
crecer
Al
igual que los niños, los adolescentes tienen que tomar sus propias
decisiones y cometer sus necesarios errores. No
seas intrusivo, respeta sus tiempos, sus silencios, su búsqueda
vital. Comprende
que tu hijo ya no es un niño y que ya no necesita que estés
continuamente encima de él ni de sus asuntos.
Acepta
sus valiosas opiniones sobre la vida, la sociedad, sin cuestionarlas.
Él vive su propia experiencia en un mundo muy diferente
al que tú conociste a su edad.