Los
egipcios
y los griegos
creían que
los
estornudos eran una advertencia divina.
Se consideraban buenos si eran por la tarde, malos si se producían
por las mañanas, y era una terrible señal si alguien estornudaba al
levantarse de la cama o de la mesa. Nada bueno se podía augurar a los
que estornudaban por el lado izquierdo, mientras que hacerlo por la
derecha se consideraba favorable. Los griegos solían decir "¡Vivid!"
y "¡Que Júpiter te conserve!" a
los que estornudaban. De hecho, en La Odisea,
Homero menciona esta salutación religiosa al que estornuda. Por su
parte, los romanos exclamaban "¡Salve!".
Los
primeros cristianos cambiaron a Júpiter -el dios pagano-, por el
cristiano, diciendo "¡Jesús!".
Por otra parte, como decía el médico árabe Avicena, “un
estornudo continuado anuncia generalmente el principio de una
enfermedad; así que cuando se oye estornudar se pide a Dios que
aparte el peligro”. Un peligro al que se temía especialmente en
épocas de grandes epidemias como la peste.
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