Cuando
surgió, el
cristianismo
tuvo
que adoptar los ritos propios de una religión,
y para ello las primeras comunidades se
inspiraron en los cultos que tenían a su alrededor.
Por
eso son tan claras las similitudes
con el rito
mitraico,
una continuación del mazdeismo persa, que veneraba la imagen de la
divinidad
Mitra,
símbolo del sol y de la luz como lo fue Mazda (no en balde una
empresa de luces y bombillas escogió este nombre) en el
zoroastrismo.
Los
sacerdotes de esta creencia eran
célibes como los padres cristianos, y los fieles, que también se
llamaban hermanos,
consumían comunitariamente la carne y la sangre de un toro durante
los sacrificios. Se bautizaban con agua, ayunaban periódicamente y
su sistema moral era casi idéntico al cristiano.
Los
propios patriarcas católicos se admiraban de semejantes parecidos.
Contaba el mismo san Agustín que en cierta ocasión un sacerdote de
Mitra le reveló que en realidad ambos practicaban la misma religión.
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