Muchas
expresiones comunes en el lenguaje de hoy en día tienen su origen en
situaciones de naturaleza militar. En especial, muchas frases
populares proceden del periodo de los Tercios de España, donde la
sociedad castellana se militarizó para responder a los desafíos del
primer imperio global.
La
frase debemos contextualizarla durante las Guerras de Religión,
las cuales enfrentaron a protestantes (hugonotes) y católicos en
Francia desde 1540 hasta 1598, y más concretamente, a la etapa final
de este conflicto, que concluía con la promulgación por parte de
Enrique IV de Francia del Edicto de Nantes (1598). Este edicto
garantizaba la libertad de cultos a los hugonotes, a la vez que
establecía una base jurídica firme para la coexistencia pacífica
de las dos corrientes religiosas proliferantes en Francia.
Hagamos
un repaso de la Historia: Enrique de Navarra se convirtió en
legítimo heredero al trono francés en 1584, a la muerte de
Francisco de Alençon, hermano y heredero de Enrique III. El problema
era que Enrique de Navarra era protestante, lo que dio lugar a la
Guerra de los Tres Enriques. Los tres Enriques a los que nos
referimos son Enrique III, rey de Francia en esos momentos; Enrique I
de Guisa, líder de la Liga Católica; y Enrique de Navarra,
protestante y futuro Enrique IV.
Para
la facción católica liderada por Enrique Guisa era inaceptable la
posibilidad de que un hugonote accediera al trono francés, lo que
propició que Enrique III mandara asesinar a este personaje, ante el
temor del poder cada vez mayor que iba acumulando la Liga Católica.
Al poco tiempo y en venganza a este crimen, también fue asesinado
Enrique III. Ya solo quedaba Enrique de Navarra, que únicamente fue
reconocido rey de Francia por los hugonotes, mientras que la Liga
Católica, el Papa y Felipe II de España se negaron a reconocerle
Rey en virtud a su adscripción al protestantismo.
Se
sucedieron los conflictos, la facción católica cada vez se
encontraba más dividida. Por su parte, Enrique IV no lograba hacerse
con París. Y fue en este contexto, el 25 de Julio de 1593 cuando se
le atribuye a Enrique IV la frase “París bien vale una misa”,
ya que accedió a convertirse al catolicismo para poder acceder al
trono, pasando a ser Enrique IV de Francia, el primero de la Casa de
Borbón, y uno de los mejores monarcas que ha tenido Francia: en
1593, Felipe II, interesado en que el trono francés lo ocupara su
hija Isabel Eugenia, accedió a que Enrique III de Navarra, notorio
calvinista, se casara con ella y se convirtiera en rey de los galos
siempre que renunciara al protestantismo y abrazase la fe católica.
Y Enrique contestó: «París bien vale una misa». Católica, claro.
Desde
entonces esta expresión viene utilizándose con el sentido de la
conveniencia de establecer prioridades: es útil renunciar a algo,
aunque sea aparentemente muy valioso, para obtener lo que realmente
se desea. También en el sentido de afear la falta de sinceridad o de
convicciones, o de representar la tolerancia o el indiferentismo,
especialmente en cuestiones religiosas.
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